domingo, julio 07, 2013

Meditación y Cristianismo



“La parte más importante de la meditación cristiana es permitir que la misteriosa presencia de Dios dentro de nosotros se convierta más y más, no solamente en una realidad, sino en la realidad que nos da significado, forma y propósito a todo lo que hacemos, a todo lo que somos..."




Quien pronunció estas palabras fue el padre John Main, un monje benedictino y sacerdote que difundió la meditación cristiana en Inglaterra, y luego en Canadá, en un movimiento de daría pie a la creación de la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana, que hoy tiene una filiales en todo el mundo. Tras tomar contacto con las prácticas contemplativas en diálogos con un yogi en Malasia, Main volvió a Europa y se dedicó a estudiar los escritos de los Padres del Desierto, y en particular los de Juan Casiano. Allí descubrió que el cristianismo también tenía una práctica meditativa que se había perdido con los siglos, e hizo de su difusión la misión de su vida.
Dijo Main, autor de Monasterio sin muros: “No existe una oración de tiempo parcial, como si el Espíritu no estuviera siempre vivo en nuestros corazones. Pero hay momentos, como en nuestra meditación dos veces al día, en que entregamos por completo nuestra conciencia a esta realidad omnipresente. Con su práctica llega un momento en que la conciencia de esta realidad perdura en forma permanente a través de nuestras actividades y ocupaciones”. 
En el mundo hispano, fue también un precursor de esta práctica el padre Ismael Quiles, nacido en España pero radicado en la Argentina, autor de numerosos libros y difusor de la filosofía in-sistencial.”Del fondo de la angustia existencial surge un impulso para superar nuestras limitaciones y apoyarnos en los Absoluto…en Dios”, dijo el sacerdote.
“La meditación cristiana es la práctica del silencio para vaciar la mente y descubrir allí al Jesús interior. Esta forma de oración –el silencio como forma de vincularse con Dios- es practicada por todas las grandes tradiciones religiosas del mundo. La práctica en sí misma consiste en permanecer sentado, con la espalda erguida, ojos cerrados y respiración tranquila, y repetir una palabra o frase corta una y otra vez. Nuestra mente está todo el tiempo llena de preocupaciones, imágenes y pensamientos, aún sagrados, que nos desvían de ese silencio interior necesario para encontrar al Cristo. La técnica es simple pero no fácil. Repetir una y otra vez la palabra. Cuando nos desviamos de ella debemos volver a ella una y otra vez, sin expectativas, sin evaluaciones, sin objetivos.
El que John Main aconsejaba era MARANATHA, una palabra aramea (el lenguaje que hablaba Jesús y que figura en la Carta a los Corintios de Pablo) repetida en cuatro sílabas iguales: ma-ra-na-tha. Significa “Ven Señor en mi auxilio”, que es la forma en que Jesús se refería al Padre. 
¿Por qué usamos un mantra? Dentro del cristianismo, los primeros padres y madres del desierto se internaban en las cuevas y tenían que ayudarse con una fórmula o técnica para poder vaciar la mente y encontrar la paz necesaria para comunicarse con lo trascendente. Ellos repetían una palabra sagrada o frase corta, una y otra vez sin cesar. Esto les permitía, con el tiempo, la disciplina y la práctica constante, comunicarse con el Jesús interior. 
Hoy en día, en nuestro mundo globalizado, en donde tanto Oriente como Occidente toman de sus tradiciones diversos elementos, nosotros como comunidad utilizamos la palabra “mantra”, que significa “atravesar la mente” en sánscrito. Pero más allá del nombre, el mantra constituye una herramienta espiritual que ayuda a la concentración y que nos posibilita atravesar los pensamientos y las palabras, porque nos trae  automáticamente al momento presente, impidiendo que quedemos atascados en el pasado o en el futuro. Nos conduce a una quieta atención de cuerpo, mente y espíritu que solo necesita de nuestra perseverancia. Nos conduce a nuestro centro. 
Según John Main: “La fiel repetición de la palabra integra nuestro ser ya que nos trae el silencio y la concentración necesaria para abrir nuestra mente y corazón al amor de Dios en lo profundo de nuestro Ser”

¿Cuánto tiempo se aconseja meditar?

Es importante meditar todos los días a la mañana y a la tarde, durante 20 minutos a media hora. La disciplina, sumada a la técnica y a la permanencia, nos permite profundizar el sendero. Consideramos a la meditación como una forma de vida.

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