jueves, agosto 18, 2016

San Juan Crisóstomo: Sobre la Oración

El bien supremo, es la oración, la relación familiar con Dios. Es la comunicación con Dios y la unión con él. Lo mismo que los ojos del cuerpo se iluminan cuando ven la luz, así el alma que mira a Dios se ilumina con su luz inexpresable. La oración no es pues el efecto de una actitud exterior, sino que ella viene del corazón. No se limita a horas o a momentos determinados, sino que despliega su actividad sin relax noche y día.

En efecto, no conviene solamente que el pensamiento se lance rápidamente hacia Dios cuando se entrega a la oración; hace falta también, incluso cuando es absorbida por otras preocupaciones – como el cuidado de los pobres u otras preocupaciones de bienestar -, mezclar en ella el deseo y el recuerdo de Dios, para que todo permanezca como un alimento muy sabroso, sazonado por el amor de Dios, ofrenda al Señor del universo. Y podemos obtener una gran ventaja a lo largo de nuestra vida, si le consagramos una parte de nuestro tiempo.
La oración es la luz del alma, el verdadero conocimiento de Dios, la mediadora entre Dios y los hombres.
Por ella, el alma se eleva al cielo, y abraza a Dios con un abrazo inexpresable; sedienta de la leche divina, como un niño, grita a Dios con lágrimas a la madre. Ella expresa sus deseos profundos y recibe los regalos que superan toda la naturaleza visible.

Pues la oración se presenta como una poderosa embajadora, alegra y calma al alma.
Si Dios da la gracia de la oración a alguien, es para él una riqueza inalienable, un aliento celeste que sacia al alma. El que la ha gustado, se fascina por el Señor y un deseo eterno como un fuego devorador se apodera de su corazón.

Cuando la practicas en su pureza original, adorna tu

casa de dulzura y de humildad, ilumínala mediante la justicia; adórnala de buenas acciones como un vestido precioso; decora tu casa, en lugar de piedras talladas y mosaicos, hazlo con la fe y la paciencia. Por encima de todo eso, coloca la piedra en la cumbre del edificio para llevar tu casa a una bella conclusión. Así te prepararás para el Señor una morada perfecta. Podrás acogerla como un palacio real y resplandeciente, tú que, por la gracia, lo posees ya en el templo de tu alma. 

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