
Entre los indios cherokee, cuando un niño empieza su adolescencia, su padre lo lleva al bosque, le venda los ojos y se va, dejándolo solo. Él tiene que sentarse en un tronco toda la noche y no puede quitarse la venda hasta que los rayos del sol brillen de nuevo en la mañana. No puede pedir auxilio a nadie; si sobrevive esa noche se habrá hecho ya un hombre. Además, no puede hablar con los otros muchachos sobre la experiencia que ha vivido, porque cada chico tiene que alcanzar la madurez por su cuenta.
El niño, naturalmente, está aterrorizado: oye toda clase de ruidos, bestias salvajes que rondan a su alrededor, lobos que aúllan en la noche, quizá los pasos de algún ser humano que puede hacerle daño... Escucha el sonido del viento, el crujido de la hierba, sentado estoicamente en el tronco, sin quitarse la venda para nada. Es la única manera que tiene de llegar a ser un hombre!
Después de esa horrible noche, aparece el sol y el chico se quita la venda... y entonces descubre a su padre sentado cerca de él, porque en realidad no se ha ido, ha estado toda la noche velando en silencio, sentado en otro tronco para proteger a su hijo de cualquier peligro que le pudiera amenazar, sólo que él no se ha dado cuenta!
(Es un relato hermoso sobre el cuidado providente de Dios sobre nosotros en cualquier circunstancia de nuestra vida!)
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