jueves, octubre 26, 2017

Nada te turbe, re-lectura del poema clásico de Santa Teresa


Parece casi superfluo hacer la presentación del poema de la Santa. ¿Quién no lo conoce? Lo hemos leído de letra suya, más o menos imitada. Lo hemos cantado musitando su música sedante. Tantas veces hemos repetido sus versos en grupos de oración, haciendo espacio al silencio de todos. En momentos difíciles se lo hemos insinuado al amigo: mira que todo se pasa! Nada te turbe, decía Santa Teresa. Que Dios está por encima de todo…
Es tan breve el poema, que apenas ocupa espacio. Lo reproducimos una vez más, para leerlo pausadamente y desgranar uno a uno la espiga de sus versos:

Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda,
la paciencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene
nada le falta.
¡Sólo Dios basta!

¿Cómo leer el poema? ¿Es -como se ha dicho- un salmo teresiano?
En tal caso ¿cómo entenderlo y apropiárnoslo? ¿Es un salmo sapiencial, de corte “gnómico”, como pretenden los entendidos? ¿O es un salmo íntimo, como ciertos poemas del salterio bíblico, que invitan a la propia alma a prorrumpir en determinados sentimientos? Por ejemplo, “Alaba, alma mía al Señor, y todo mi ser a su santo nombre”.
Si es un breve salmo sapiencial, hay que leerlo dejándole flecharnos el alma con el dardo de cada verso, cargado de resonancias, que desde cada sentencia nos devuelven a las sendas de la propia vida, sendas a veces tortuosas, a veces encrespadas o espinadas.
Si, en cambio, es un salmo íntimo, nos introduce en el alma de la autora, que se va diciendo a sí misma: “Teresa, que nada te turbe”…
Sí, son dos lecturas posibles, o dos ensayos de escucha ante la melodía de cada verso. Personalmente, prefiero la segunda. El “nada te turbe” es un requiebro en soledad. Teresa escribe su poema a solas. Como hacen siempre o casi siempre los poetas líricos y los místicos. Cierto que ella no compone esos versos como un billete de envío para convertirlos en misiva espiritual para alguno de sus amigos. Los compone como una vivencia más, o como simple latido del alma.
En primer lugar, Teresa no suele tutear a sus amigos. Ni siquiera a su hermana Juana o a su sobrina Teresita. Basta leer las cartas que les dirige. A Teresita, por ejemplo: “…hija mía, mucho me holgué con su carta y de que le den contento las mías…” A Teresa la tutea la voz interior: “Teresa, no hayas miedo”; “no te metas en eso!”; “diles que si podrán por ventura atarme las manos”; “¿en fríos te detienes?” “¡Ahora, Teresa ten fuerte!” Pero en ese diálogo, ella es la destinataria del tuteo. La tutea su Señor, como en la Biblia.
Ella, en cambio, sólo se tutea hablando consigo misma. Mejor dicho, ella tutea a la Teresa profunda, la de su interior: “¡tú, alma mía, por qué estás triste!” “O vida, vida, ¿cómo puedes sustentarte estando ausente de tu Vida? En tanta soledad, en qué te empleas, qué haces…” “Oh ánima mía, deja hacerse la voluntad de tu Dios. Eso te conviene” etc. Así en las Exclamaciones. y en Vida: “Paréceme fuera bien, oh ánima mía, que miraras el peligro de que el Señor te había librado…” (5,11).
Notémoslo bien. Teresa es capaz de ese extraño desdoblamiento de personalidad que le permite hablar con el tú de sí misma. Exactamente con su tú interior. Ella tiene densa interioridad. Hablando del “castillo de su alma”, ¿no dijo ella que se parecía a un castillo entablado de moradas? Está convencida de que, en esa densidad del alma, le es posible enviar mensajes (o clamores) desde las moradas superficiales hasta la morada central del castillo. Porque el tú más identificado con ella reside ahí en lo hondo. Pues… ahí en lo hondo, se despliega su poema: “Teresa, que nada te turbe…”
Aparte esa clave literaria o estilística, hay todavía otra razón puramente espiritual, para proponer la lectura del poema como un murmullo de intimidad. A Teresa le han pasado ya tantas cosas en la vida. En su drama interior le ha ocurrido una tremenda, que la ha llenado de sobresalto. Fue el encuentro repentino con una Presencia interior que la traspasa y la desborda. Esa Presencia novedosa la desconcierta de tal suerte, que de pronto en su interior surge una voz capaz de sedar todo el oleaje. La voz interior le dice: “no hayas miedo, Teresa”. Refrendado por el tremendo “Yo soy” de la Biblia. Exactamente estas tres palabras: “No hayas miedo, hija /que Yo soy / y no te desampararé” (Vida. 25,18)
Ese “no hayas miedo, hija”, ¿no sería el punto de arranque de su inspiración poética y mística? En el libro de la Vida, Teresa lo comenta así “Paréceme que, según estaba (yo), eran menester muchas horas para persuadirme a que me sosegase, y que no bastare nadie. Heme aquí con solas estas palabras sosegada, con fortaleza, con ánimo, con seguridad, con una quietud y luz, que en un punto vi mi alma hecha otra… ¡Oh, qué buen Dios!” (ib).
Pues bien. Sabemos que los auténticos poemas líricos, una vez creados, se hacen autónomos, tienen vida propia, alejados de la voluntad del autor que los compuso. Y que por eso, son polivalentes o polisémicos. Cada lector puede escucharlos libremente: o como una voz en que Teresa excepcionalmente lo tutea: “a ti, lector, ¡que nada te turbe!”… O mientras lee, puede sentirse convocado a ese misterioso ámbito en que a la autora le suceden cosas y cosas…, y él la escucha diciéndose a sí misma: “Teresa, ¡que nada te turbe! que “Yo soy” está contigo!” Como ese “yo soy” estaba con Moisés.
No lo olvidemos. Teresa es una contemplativa. Se nutre de palabra bíblica. A través de sus meditaciones, tantas palabras bíblicas se le han quedado prendidas de las cuerdas del arpa interior.
En nuestro poema, lo cierto es que cada verso resulta ser un anillo de empalme con palabras bíblicas que ella ha pasado tantas veces desde el libro a los ojos, y desde los ojos al alma.
Nosotros, lectores de su poema, podemos rastrear el eco de esas vibraciones. Sin pretensiones de erudita búsqueda literaria. Sino como prolongaciones de onda en la vivencia espiritual de Teresa orante o de Teresa poeta.
El verso primero, nada te turbe, es claro eco de la palabra de Jesús a los amedrentados discípulos, momentos antes de la Pasión: “que no se turbe vuestro corazón” (Juan 14,1)
El verso segundo, nada te espante: no habla de susto sino de asombro. (Basta recordar cualquier otro pasaje teresiano: se le conmovía de gozo el alma, “espantada (=asombrada) de la gran bondad y magnificencia y misericordia de Dios”: (Vida, 4,10). También es resonancia del asombro de los discípulos ante los gestos taumatúrgicos de Jesús: “¿eso o s asombra? ¡cómo os admiraréis cuando veáis al Hijo del Hombre subir adonde residía antes!” (Juan 6,63)
El verso todo se pasa, que materialmente remite a la consigna del filósofo griego “panta rei=todo pasa”, también es eco de la palabra de Pablo: “pasa este mundo” (1Cor. 7,31), o las palabras de Jesús: “cielo y tierra pasarán” (Mt. 34,25), seguidas de la eterna vigencia de la palabra de Jesús (“mis palabras no pasarán”), que da paso a la sentencia del verso siguiente.
Dios no se muda. Sí, el Señor y su verdad permanecen para siempre (Salmo 116, 2). Para Teresa, la fidelidad de Dios en la amistad (“él es amigo verdadero”) contrasta con la versatilidad de las amistades humanas: “Vos sois el amigo verdadero… Todas las cosas faltan. Vos, Señor de todas ellas, nunca faltáis…, que ya tengo experiencia de la ganancia con que sacáis a quien sólo en Vos confía” (Vida, 25,17). Es un anticipo del verso último del poema.
La paciencia / todo lo alcanza. Se lo decía Jesús a los discípulos anunciándoles las persecuciones: “con vuestra paciencia poseeréis vuestra aloma, vuestra vida” (Lc. 21,19).
El verso final: ¡sólo Dios Basta! Es la palabra lema de los contemplativos. Es el “sólo Dios” de San Bernardo o del hermano Rafael. “Solas con Él solo”, será el lema teresiano para las jóvenes pioneras del Carmelo de San José.

Los tres absolutos del poema
Los tres absolutos del poema son éstos:
– nada, nada, nada
– todo, todo
– ¡sólo Dios!
Tres nadas, dos todos, un único sólo Dios.
Es posible que la dosis balsámica y sedante que desde el poema impregna al lector se deba a la cadencia de los dos versos finales, con su asonancia en a-a: “nada le falta / sólo Dios basta.” Asonancia suavemente introducida en versos anteriores: todo se pasa / todo lo alcanza.
Pero, sin duda, más fuerte que esa cadencia musical es lo medular y absoluto del mensaje que nos llega a través del poema, con su alternancia de todos / nadas / sólo Dios. Tres veces nada, nada, nada. Dos veces el todo, todo: “todo se pasa / todo lo alcanza” Y una vez sola, pero cerrando el poema en el verso final: “¡sólo Dios!” y punto. O “sólo Dios” y basta. Si el poema era un sedante psicológico, por encima de la psicología prevalece la teología de la contemplativa y mística que es Teresa.

Por Fray Tomás Alvarez, OCD Fuente: Revista Teresa de Jesús (nº 109)

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