Extracto del artículo de Josep M. Rambla Ejercicios Espirituales de San Ignacio, Una relectura del texto. Publicado en: Cuadernos EIDES.
En sintonía con
esta tradición, Ignacio señala una senda que conduce a construir sobre roca y
otra que lleva a construir sobre arena. Ésta se presenta de forma engañosa, es
la manera de hacer del «enemigo de natura humana», ya que la persona que quiere
seguir a Jesús no va a deslizarse por rutas claramente anti-evangélicas, sino
que a veces decidirá mal, pero «bajo apariencia de bien»... ¿Cómo es cada
camino?:
La senda hacia
la roca firme, es decir, el camino hacia una vida verdaderamente evangélica,
tiene tres etapas: Primero, el desapego real de los bienes (dinero, cultura,
poder, cargos, etc.). Como consecuencia de esto, se suele llegar a sufrir una
cierta «minusvaloración» (ser menos considerado y tenido en cuenta, se cierran
algunas puertas, hay menos gente que le rodee a uno o que le busque, no se le
ofrecen determinados cargos o responsabilidades, se le tiene por persona
exagerada o radical, o con poco sentido del humor, o extremista, etc.).
Finalmente, estos dos escalones o etapas conducen a la auténtica humildad, que
es la verdad: poner la seguridad en Dios, la roca que salva y en nadie más y en
nada más.
La senda que
conduce a la tierra arenosa, insegura e inconsistente, va en dirección
contraria. Primero, uno pone su corazón en los bienes, como dinero, poder,
cultura, cargos, comodidades, etc. Es decir, se deja llevar por la «codicia».
Esto suele producir un halo de prestigio y falsa valoración: se pondera a esta
persona, se recurre a ella, se la honra, se le da fácilmente la razón, su
parecer tiene peso, aunque no siempre tenga la razón, ni tenga verdaderos
amigos, ni valga más que otras personas menos apreciadas. Su existencia es de
«cartón piedra». De resultas de esta falsedad en que vive, insensiblemente va
cayendo en la soberbia: llega a ser una persona segura de sí misma, que obra
por prestigio, con medios puramente humanos. Construye sobre arena. Jesús se
halló en esta necesidad de decidirse por una de las alternativas que se le
presentaron: dejarse llevar por la «tentación» del poder, del prestigio hasta
doblar las rodillas ante el tentador, o bien abandonarse a la voluntad del
Padre poniendo toda la fuerza de su misión en él. Una tentación que se irá
repitiendo a lo largo de su vida, por ejemplo: cuando le quieren hacer rey,
cuando Pedro le quiere apartar del camino de la cruz, cuando los discípulos
quieren que haga bajar fuego del cielo, cuando siente pavor y resistencia ante
la pasión que se le viene encima, cuando en la cruz se le pide que baje de ella...
En el Padre Nuestro pedimos «no nos
dejes caer en la tentación», ya que la tentación nos acompaña continuamente.
Cada
alternativa (roca-arena) con su itinerario propio es una fuerza o dinamismo que
atrae o seduce a su manera a todas las personas, porque nadie, sea en el estado
o condición de vida que sea, se halla al abrigo de esta doble corriente.
Además, estas dos corrientes no sólo tienen fuerza sobre el campo más
estrictamente personal, sino que también influyen en lo comunitario y en el
terreno de la acción (apostolado, compromiso, familia). En definitiva, todos
nos hallamos siempre ante la alternativa de poner nuestra seguridad en Dios o
al margen de Él. Esto sí, desde la perspectiva simplemente humana, muchas cosas
siguen funcionando, pero no tienen vida propiamente evangélica.
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