Puede ocurrir que durante los estudios surja la sensación de que no vale la pena sólo redactar informes de lecturas, escribir ensayos o preparar exposiciones… Puede uno preguntarse: “¿cuándo voy a poner en práctica tanto conocimiento?”. La experiencia de ser estudiante puede transcurrir como un “tener que”, sin un sentido suficiente que vaya más allá de la necesidad de cumplir tareas para graduarse.
En un escenario como el anterior, cabe recordar la carta que Ignacio de Loyola enviara a los estudiantes de Coímbra, el 7 de mayo de 1547. En esta carta, Ignacio sugiere el siguiente modo de proceder cuando se está en etapa de estudios: “Mucho habéis de extremaros en letras y virtudes, si habéis de responder a la expectación en que tenéis puestas tantas personas [...] vistos los socorros y aparejos que Dios os da, con razón esperan un muy extremado fruto”.
Ignacio confronta a los estudiantes recordándoles que tienen todo lo que necesitan para estudiar y enfatiza que el sentido de sus estudios no es la vanidad del saber, sino el fruto que se espera de ellos, es decir, el horizonte de sus esfuerzos es la necesidad de sanar la realidad herida; realidad que demanda personas cualificadas que se hayan preparado con responsabilidad. El reto es grande. En este sentido, la formación que les ofrece es para buscar el bien más allá de los intereses individuales. El tipo de educación que Ignacio promueve tiene la característica de buscar el beneficio colectivo.
En otra parte de la carta, Ignacio les recuerda que la “tibieza y el fastidio del estudio” se deben reconocer “como enemigos”. Los invita a sentir vergüenza de que hay otros que se preparan con entusiasmo para ideales pasajeros. Por ello, los exhorta a no “aflojar el ánimo” y a esforzarse por vencer ese dinamismo destructivo.
En el texto hay una conexión importante con algunas orientaciones del discernimiento espiritual. Una de ellas consiste en que cuando nos reconocemos en un estado de desaliento es importante hacer lo contrario a eso que experimentamos, Ignacio lo llama agere contra. Por ejemplo, si el movimiento interno nos sugiere “no hacer”, el movimiento contrario sería “sí hacer”;si el deseo es “no asistir”,entonces, “sí asistir” e incluso llegar más temprano. Ignacio llama “enemigos” a esos movimientos que nos llenan de desánimo, como una metáfora de la lucha que se está dando en el espíritu del ser humano. Reconocer ese combate nos cambia la perspectiva y nos coloca en una actitud distinta frente a la vida: el agere corde, que consiste en ofrecer lo que hacemos aunque no veamos los beneficios inmediatos; ofrecer el esfuerzo académico por y para los demás puede ser un acto de humildad que nos ayude trascender.
Luis Orlando Pérez
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