En Tierra Santa, se han construido muchas hermosas iglesias
y capillas para conmemorar acontecimientos importantes de la vida de Jesús. En
todos esos lugares, los diseños, las formas y la armonía arquitectura-naturaleza
están pensados para hacer reflexionar al peregrino sobre los misterios y
hazañas de Jesús. Una de ellas se alza en la cima de la colina que
tradicionalmente se ha asociado con el sermón de la montaña. Es un edificio
octagonal, lleno de luz con grandes ventanales que ofrecen vistas
espectaculares de Galilea. Sobre cada uno de los ventanales está grabada una
bienaventuranza, las sentencias de Jesús que dan la enhorabuena a quienes han
descubierto el camino de la verdadera felicidad. Una de ellas es “Dichosos los
que tienen el corazón limpio, porque ellos verán a Dios”. La gran pregunta
entonces es: ¿Por qué dijo Jesús que la gente pura es la que verá a Dios? ¿Por
qué no la gente que ora o la que perdona? La respuesta es simple: porque ser de
corazón puro depende del modo en que miramos a la gente e interpretamos la
realidad y de las etiquetas que ponemos a quienes nos cruzamos en el camino.
Si cuando vemos a alguien lo único que vemos es una piel de
color diferente, una manera de vestir, o solo apariencias externas, no estamos
mirando con pureza. El ojo puro ve lo profundo de la persona y la valora por su
bondad interior. El ojo impuro mira la superficie y hace juicios precipitados
basados en la sospecha, en el temor y las seculares tradiciones que dividen a
la gente. Y así, el corazón impuro pierde la oportunidad de contemplar a Dios
en persona. Raramente es en la superficie donde se encuentra la imagen de Dios;
por lo general está en lo profundo y nos toma tiempo apreciarla. Pero está ahí. Siempre está ahí.
El consejo práctico es que cada vez que veas a una persona
desconocida trates de contemplarla con ojos puros: “¿Dónde está Dios en esta
persona? ¿Veo en él o ella a mi hermano o hermana?” Ejercítate en distinguir
entre las imágenes y palabras que te llevan a alegrarte de la bondad de Dios y
aquellas a las que es mejor no prestar atención.
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