lunes, abril 29, 2013

Un regalo para ti


Dos hombres, ambos enfermos de gravedad, compartían el mismo cuarto del hospital. A uno de ellos se le permitía sentarse durante una hora en la tarde, para drenar el líquido de sus pulmones. Su cama estaba al lado de la única ventana de la habitación. El otro tenía que permanecer acostado de espalda todo el tiempo. Conversaban incesantemente todo el día y todos los días; hablaban de sus esposas y familias; de sus hogares, de sus empleos, de sus experiencias durante e servicio militar y los sitios visitados durante sus vacaciones. 
Todas las tardes, cuando el compañero ubicado al lado de la ventana se sentaba, se pasaba el tiempo relatándole a su compañero de cuarto lo que veía por la ventana. Con el tiempo, el compañero acostado de espalda, que no podía asomarse por la ventana, se desvivía por esos períodos de una hora durante el cual se deleitaba  con los relatos de las actividades y colores del mundo exterior. La ventana daba a un parque con un bello lago. Los patos y cisnes se deslizaban por el agua, mientras los niños jugaban con sus botecitos a la orilla del lago. Los enamorados se paseaban de la mano entre las flores multicolores en un paisaje con árboles majestuosos y en la distancia  una bella vista de la ciudad. A medida que el señor cerca de la ventana describía todo esto con detalles exquisitos, su compañero cerraba los ojos e imaginaba un cuadro pintoresco. Una tarde le describió un desfile que pasaba por el hospital y aunque él no pudo escuchar la banda, lo pudo ver a través del ojo de la mente mientras su compañero se lo describía. Pasaron los días y las semanas y una mañana, la enfermera al entrar para hacer el aseo matutino, se encontró con el cuerpo sin vida del señor cerca de la ventana, quien había expirado tranquilamente, durante su sueño. Con mucha tristeza, avisó para que trasladaran el cuerpo. Al otro día, el otro señor, con mucha tristeza, pidió que lo trasladaran cerca de la ventana. A la enfermera le agradó hacer el cambio y luego de asegurarse de que estaba cómodo, lo dejó solo. El señor, con mucho esfuerzo y dolor, se apoyó en un codo para poder mirar al mundo exterior por primera vez. Finalmente tendría la alegría de verlo por sí mismo. Se esforzó para asomarse por la ventana y lo que vio fue la pared del edificio de al lado. Confundido y entristecido le preguntó a la enfermera que sería lo que animó a su difunto compañero a describir tantas cosas maravillosas fuera de la ventana. La enfermera le respondió que el señor era ciego y que no podía ni ver la pared de enfrente. Ella le dijo: “Quizás solamente deseaba animarlo a usted”. 


Existe una inmensa alegría en poder alegrar a otros a pesar de nuestra propia situación. La aflicción compartida disminuye la tristeza, pero cuando la alegría es compartida, se duplica. Si deseas sentirte próspero, basta con contar aquello que posees y que no se puede comprar con el dinero.

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