Hasta la más larga caminata empieza por un pequeño paso. Confuncio
En la época de las migraciones de los ánades y de los patos
salvajes sucede un fenómeno muy interesante. Cuando los corrales de aquellas
aves que están en cautiverio, son atravesados por sus iguales que vuelan libres a sus orígenes,
se verifica en ellas un fenómeno de inquietud y de intranquilidad. Las aves domésticas ocupadas hasta ese momento
en comer y engordar más y mejor, las mismas que durante el año no tenían el menor interés en moverse más allá de los límites conocidos, se sienten de pronto como imantadas por esa
instintiva migración y tienden a imitar el vuelo de sus hermanas libres con movimientos torpes que acaban en aterrizajes forzosos. Aquel
reclamo salvaje despierta en esos animales no se qué instinto secreto. Algo les
hace intuir que sus cabecitas son dignas de horizontes infinitamente mayores
que los que marcan las tapias del corral. Lo mismo le ocurre al hombre y mujer orantes,
su rato de presencia ante Dios le descubre la vanidad de todos sus empeños, el
raquitismo de todos sus proyectos, el lastre de todas sus gorduras y al mismo
tiempo le invita a volar alto, a soñar grande y desear profundo.
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