martes, julio 09, 2013

Silencio consciente


El pensamiento se reproduce por propio impulso,
no tenemos que accionarlo,
no tenemos que dar la orden de que comience,
él lo hace sin nuestra participación y aun a pesar de nuestra oposición.

Pero cuando fijamos nuestra "mirada consciente" sobre él, se detiene, desaparece, se aquieta momentáneamente.

Aprovecharemos esta característica
para iniciarnos en el silencio consciente y voluntario.

Nótese que este silencio “sí” exige de nuestra participación: tenemos que poner en funcionamiento la atención, de modo voluntario, tenemos que ejecutar nuestra opción de querer, nuestro Ser Consciente.

Para realizar esta práctica, al menos en los primeros días, buscaremos un lugar y hora adecuados,
en la medida de lo posible, que nada ni nadie pueda interrumpir o perturbar.

De este modo, poco a poco, iremos alcanzando la paz interior, que es el secreto de la vida plena y de la  felicidad que se puede alcanzar en esta vida. Muchas escuelas y espiritualidades enseñan prácticas concretas para obtenerla: la relajación, la meditación, la contemplación…
Al final, todo es lo mismo: Es necesario alcanzar el silencio consciente que ayuda a conectar con el yo profundo. El fondo del yo del hombre (no el ego superficial, no el personaje) está conectado con lo Superior.
Mediante la oración: No es convencer a Dios de algo. No es autosugestionarme de algo. No es contarle a Dios mis penas. Es conectar con el fondo del ser. “Como es arriba así es abajo”. Si estamos hechos “a su imagen y semejanza”, algo de Él se refleja en mi.
Desde el microcosmos puedo percibir el macrocosmos.
Silencio consciente es abirirme a esa presencia y agradecer ese ensanchamiento de conciencia.  El poder del silencio es incalculable: Nuestra mente se aclara. Se profundiza, se ensacha.
Aumenta su potencia. Crece la intuición y la percepeción de las cosas sutiles.
Tocamos la unidad que somos. Alcanzamos la paz por unificaciòn.
Nos lleva al yo profundo que, está por encima del tiempo y  detrás de todas las manifestaciones. No hay ni juventud  ni vejez, sino un ahora preñado de infinito.
Ayuda a acumular fuerzas física, a mejorar la salud.
Aumenta la armonía con Dios.

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