Cada momento se precipita hacia nosotros desde todas partes la convocatoria del Amor. ¿Quieres venir con nosotros? No es momento para quedarse en casa, sino para salir y entregarse al jardín... Ven, Te diré en secreto Adónde lleva esta danza.
jueves, diciembre 01, 2016
La semilla del silencio
La semilla del silencio
La semilla del silencio ha sido ciertamente sembrada en nuestros
corazones. Todos sin excepción tenemos una interioridad y estamos llamados
a cuidarla. La vocación de todo hombre es activa y contemplativa. La llamada a
la oración es universal, no el privilegio de unos pocos. No meditamos para ser
aristócratas del espíritu, sino para crecer en humanidad. Ahora bien, el futuro
de esa semilla depende de cómo sea nuestra respuesta.
La semilla del silencio puede caer en el camino de nuestra conciencia,
sí, pero ser devastada por nuestras heridas del alma o sombras, que
inevitablemente aparecen cuando nos silenciamos. El peso de nuestro pasado
puede ser tal que nos rindamos y, en consecuencia, abandonemos la
meditación. La culpa, nuestra enfermedad ante el pasado, o el miedo, nuestra
enfermedad ante el futuro, pueden ser muy profundos y, por ello, difíciles de
purificar.
Pero la semilla del silencio puede caer también entre las rocas y allí, con
el tiempo, secarse por falta de humedad. Sí, podemos ser inconstantes; y
difícilmente podrá crecer esa pequeña semilla sin el agua de la práctica diaria,
como tampoco podrá hacerlo si nos dejamos vencer por el peso de las
múltiples preocupaciones que diariamente nos acechan. Por experiencia propia
sabemos que si estamos demasiado enredados en los asuntos de este mundo
difícilmente conseguimos concentrarnos algún minuto durante la meditación.
El silencio, por otra parte, va simplificando nuestra vida. Si continuamos
enganchados al tabaco o a la bebida, al sexo o a los placeres de la comida, al
cine o la televisión…, su eficacia quedará contrarrestada y la semilla luchará
por crecer como pueda entre otras hierbas y espinos. Las cosas de este mundo
no son malas, es malo nuestro apego a ellas. Apegarnos significa que las
constituimos en fines, no en medios. Sin ejercitarnos en el desprendimiento –lo
que en el lenguaje clásico se llamaba ascesis-, difícilmente seremos
meditadores
Meditar no es tirar de la semilla hacia arriba, a ver si así crece más
deprisa, sino limitarse a cuidar la tierra: levantarse cada mañana y regarla. Lo
difícil no es meditar, sino querer meditar. Basta sentarse con un corazón puro,
eso es todo. Basta entenderse a sí mismo como campo de cultivo.

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