miércoles, abril 17, 2013

La amistad de David y Jonatán.



Una de las amistades más famosas en la Biblia es la de David y Jonatán. Dos hombres de muy diferente historia y temperamento que llegan a ser mejores amigos. Aquí está su historia.
Está de un lado la noble figura de Jonatán, hijo del rey. Es un excelente soldado, marcha al frente de sus guerreros en los ataques por sorpresa al enemigo, es profundamente amado por el pueblo, hasta el punto de que éste le defiende frente a su propio padre. Es noble y leal con sus amigos, de conducta irreprochable, con una presencia física que se capta las simpatías.
Del otro lado está David: un joven pastor no muy amable, dotado de una temeraria intrepidez, bendecido por Dios para destronar a Saúl, padre de Jonatán. Es un hombre de explosivas contradicciones, que sabe cantar, bailar y rebosar de júbilo, pero que es también capaz de planear y alcanzar sus objetivos con astucia y engaño. Su.alma está totalmente dominada por la profunda emoción de la santidad. Pero al mismo tiempo puede pasar osadamente por encima de los mandamientos. La Biblia nos relata cuatro encuentros de estos dos hombres al parecer tan opuestos. Insertos en la corriente de un destino hecho de luchas, sublevaciones, odio, brutalidad y exaltación, se despliega ante nosotros una intimidad humana que está curiosamente entretejida en el lienzo de la presencia de Dios.
Su primer encuentro (ISam 18,1-4) se produce tras la victoria de David sobre Goliat. Saúl ordena traer a su presencia al joven pastor y le interroga. Jonatán está presente y escucha. «Cuando David terminó de hablar con Saúl,
el alma de Jonatán quedó ligada a la de David; y Jonatán lo amó como a sí mismo. Saúl tomó a su servicio aquel mismo día a David y no le permitió que volviera a la casa de su padre. Y Jonatán hizo pacto con David, pues lo amaba como a sí mismo. Jonatán se quitó el manto que llevaba y se lo dio a David;
y junto con su vestido le dio también la espada, el arco y hasta su cinturón.»
Es impresionante ver cómo unas sencillas palabras pueden expresar el proceso esencial de la amistad. El súbito llamear de un efecto, de una muda emoción que llega hasta lo más profundo del alma, la nueva unidad de destinos, el regalo de Jonatán como símbolo de su entrega personal.

El segundo encuentro fue secreto. David ha huido de Saúl, que quiere matarlo. Una sombría y pesada tristeza se extiende entre los dos amigos (ISam 20,41-43 21,1): «Se fue el muchacho (el criado de Jonatán) y David se levantó de junto a la piedra y, cayendo rostro en tierra, se postró tres veces. Después se besaron uno al otro, sollozando ambos, aunque más David. Luego Jonatán dijo a David: Vete en paz. En cuanto a lo que ambos a dos hemos jurado en el nombre de Yahveh, que Yahveh esté entre tú y yo, y entre mi descendencia y la tuya para siempre. David se levantó y partió, y Jonatán se volvió a la ciudad.» En la grave prueba en que se encuentran los dos amigos, destaca nítidamente la forma interna, el misterio de la amistad. Es Dios quien une en la amistad, y por eso no puede desaparecer. Aquí está tocando el hombre algo sacro. El afecto se convierte en veneración. Se ayudan mutuamente, hasta donde les es posible. Y así es como confirman su amistad en el mutuo sentimiento, en presencia de Dios.

El tercer encuentro (ISam 23,15-18) entre David, ya jefe de una banda, y el hijo del rey, tiene una sublime sencillez. Jonatán ha reconocido la elección de David y está dispuesto a pasar a un segundo plano. Sólo aspira a ser «el segundo». Irrumpe aquí plástica y sensibilizada la humildad de la amistad:
«David tuvo miedo al saber que Saúl había salido a campaña para atentar contra su vida. David estaba en el
desierto de Zif, en Jorsá. Fue entonces cuando Jonatán, hijo de Saúl, se puso en camino para ir en busca de David, en Jorsá, y confortarle de parte de Dios. Y le dijo: No temas, que la mano de Saúl, mi padre, no te ha de sorprender. Tú reinarás sobre Israel y yo seré tu segundo. Incluso mi padre Saúl se da cuenta de eso. Hicieron los dos una alianza en presencia de Yahveh; David se quedó en Jorsá y Jonatán se volvió a su casa.»

El hombre es un ser que en la amistad de los hombres puede experimentar la presencia de Dios y puede realizar en ella', como testimonio, la esencia de la amistad. Ésta es tal vez la más dura, pero al mismo tiempo la más venturosa de todas las exigencias de nuestra fe: ser testigos de la amistad de Dios en un mundo tan demasiadas veces henchido de odio y por eso tan infeliz.


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