jueves, abril 25, 2013

La Oración y el evangelio. Pensamientos de Magdalena Delbrel



La vida de la fe no puede subsistir sin oración. Ahora bien, al vivir en medio del mundo una vida secular, parece que la oración es al mismo tiempo indispensable y difícil. Las vidas que son de Dios son vidas que oran, sean como sean y estén donde estén. Su oración es a la vez un don de Dios y una conquista. Una vida secular que no reza no es de Dios.
Pero, así como hay que encontrar las modalidades de los consejos evangélicos en medio de la vida secular, también hay que encontrar las modalidades de la oración y de sus casi indispensables auxiliares: el silencio, el recogimiento y el sentido litúrgico.
Creer profundamente que Dios existe, que es del Dios único, verdadero y vivo al que le entregamos nuestra vida, debe implicar, con un mínimo de lógica, la necesidad de callarnos para escucharle, la necesidad de recogernos para buscarle, la necesidad de adecuarnos en intención o en acto a lo que prescribe para adorarle.
Porque, a través de todas las situaciones vitales, la oración conserva lago profundamente específico: la relación entre un hombre y su Dios. Una relación que es amor.
Pero para todos los que son llamados, independientemente del tipo de llamada que reciban, a entregarse a sí mismos a Dios, la oración será siempre un sacrificio, en mayor o menor medida. La oración se parece a lo que tienen de sacrificio el celibato querido, la pobreza querida o la obediencia querida: forman un todo.
Por eso, la oración debe tener un tiempo reservado para sí misma. Sin este tiempo de oración, el resto del tiempo se tornará vacío y como separado de Dios. Un tiempo que no debe ser el tiempo sobrante, sino un tiempo que deja lo útil por algo mucho más útil.
(…)
El primer mandamiento del Señor es el de “amarás” y no el de “rezarás”. Pero no se puede actuar en nombre de Dios sin rezarle a Dios. La caridad con el prójimo sin la oración, el amor a la Iglesia sin oración, la evangelización sin oración no pueden ni actuar ni existir. son ficciones.
(…)
Jesús hizo su oración delante de nosotros. El Evangelio nos muestra la oración vivida por Jesús, colocada en su lugar por Él, su lugar orgánico, su lugar funcional.
Para hacer la voluntad de Dios, se necesita trabajar duro. No se trata de padecer, sino de aceptar. Ciertas operaciones de este trabajo se hacen por la oración. Algo totalmente seguro.
Quizas todo esto nos lo creemos, pero no estamos totalmente convencidos de ello. No estamos tan seguros de ello, como lo estamos cuando caminamos con nuestras piernas, cuando cogemos cosas con nuestras manos o cuando oímos con nuestros oídos.
Si llegamos a experimentar que la oración es necesaria, alcanzaremos el buen sentido sobrenatural para actuar en consecuencia.
Madeleine Delbrêl, “Las comunidades según el Evangelio”. PPC, Madrid, 1998.Extracto pp- 160.161; 174.175.176

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