La meditación tiene orígenes distintos y ha estado
tradicionalmente asociada a diversas tradiciones espirituales. La referencia
más antigua conocida data de una inscripción encontrada en Mohenjodaro - India
- datada en el 1500 a.C.3, sin embargo: tanto en China como parte de la
tradición Taoísta, o en el Cristianismo en la tradición de los primeros
Cristianos del desierto, o en el Judaísmo con su práctica del silencio, o en
las prácticas místicas del Islam Sufí; la meditación y ciertas técnicas de
meditación han sido siempre parte central de las tradiciones espirituales y de
sabiduría de la humanidad. También encontramos prácticas similares a la
meditación en las religiones primitivas y en las culturas chamánicas de Africa,
Sudamérica y Siberia.
En Occidente hay sin duda una larga tradición del uso de la
meditación que van desde los NeoPlatonicos como Plutino, los místicos
medievales como Johannes Eriugena, San Buenaventura, Juan de la Cruz, Teresa de
Avila, así como los contemporáneo Pierre Teilhard de Chardin, Thomas Merton o
el Padre Thomas Keating.
El Padre Keating, monje cisterciense, es reconocido
internacionalmente por su colosal obra de poner al alcance de religiosos y
laicos de hoy, la rica y antiquísima tradición contemplativa cristiana. El
monje ideó un método de oración que colmó el hambre espiritual profunda que
palpita en muchos seres humano de nuestros días. Así nacieron la Oración
Centrante y la red Dimensión Contemplativa (Contemplative Outreach), que
él preside. Esta organización , que comenzó en un lejano monasterio en Spencer,
Massachusetts, hoy se extiende por todo el mundo.
La oración contemplativa es una apertura de la mente y del
corazón, de todo nuestro ser a Dios, el Misterio Último, más allá de
pensamientos, palabras y emociones. Es un proceso de purificación interior que
lleva, si consentimos, a la unión divina.
Es un tipo de oración que existe desde los primeros tiempos
del cristianismo. Es un método diseñado para facilitar el desarrollo de la
oración contemplativa al preparar nuestras facultades de forma que cooperen con
este inmenso regalo de Dios. Es la frecuentación de este espacio dentro de
nosotros, el cultivo de este nivel espiritual de nuestro ser, lo que nos abre a
la sanación, a la “terapia divina”, por así decirlo.
La redención es la sanación de nuestra naturaleza en sus
mismas raíces de pecado, y la sanación de las heridas emocionales de nuestra
vida, de lo que San Pablo llama el “hombre viejo”, o de lo que la sicología
gusta de llamar ir “del falso yo” al verdadero yo”

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