domingo, junio 17, 2018

Orar, orar, orar.

Cuando el pensamiento abre las puertas del alma
y en cada alma entran dos, nace la oración.
Habla uno en silencio, lleno de voz.
El otro, invisible, sostiene tan puro ardor.
Fuera de nosotros no hay nadie.
La mañana se duerme en su propia luz.
Y el tiempo se detiene, pues pausa de amor es la oración.

No sólo en la Iglesia, ni ante una imagen o ante la Cruz,
sino que en cualquier lugar y a cualquier hora,
si alguien se despoja hasta de su nombre
y entra en la quietud transparente del silencio
y en la sencillez sin esquinas de su pureza interior,
la oración pone en vuelo la mirada y sella los labios
con su ángel de luz para que todo transcurra por dentro.

La oración es dar pasos ignorando tu cuerpo.
La oración es hundir las manos
en el costado del dolor como si fuera un beso.
La oración es la ventana abierta
por la alegría para que todos nos asomemos a ella.
La oración no es mirar a Dios, es mirar junto a Dios.

La oración es el amigo que habla de la promesa de un mañana
y nos da la mano para acompañarnos y para caminar
por su horizonte limpio de piedras.
La oración es volver con temblor y emoción
al seno materno cuando se es viejo.
La oración convierte en canto el triunfo ajeno.
La oración ama la soledad del propio fracaso.

Inclinada siempre la oración pregunta, y si responde,
lo hace con palabras tan hondas que ya no son suyas.
Cada vez que comienza la oración es única,
pues cada vez que nos deshabitamos
y que nos vaciamos por dentro,
la oración nace y nosotros nacemos.

La oración es una llama callada que nunca se apaga.
La oración es un alma que mira a los ojos del cielo
y le suplica que nunca deje de brillar en él.
Todo esto existe porque alguien, en algún lugar,
arrodilla su corazón para invocar y coloca su oído junto al alma
para escuchar su susurro de amor.
Todo esto existe porque alguien, en algún lugar, ora.
Y el mundo se hace nuevo,
y el mundo es alcanzado, sostenido,
por la fuerza virgen de lo que aparentemente nadie ha visto.

(Gonzalo Perelétegui,
basado en un texto de Javier Lostalé)

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